1. ¿QUE ES UN PROFETA?
La palabra `profeta' es una palabra griega; esto quiere decir que en la literatura hebrea emplearían otra expresión para designar esta realidad. Efectivamente, el término empleado en hebreo es el de `nabi', que unos traducen `el llamado', y otros `el enviado', `el que anuncia'. Este vocablo hebreo fue traducido por los 70 con el término griego `profetas', palabra compuesta del verbo femí' (= decir) y la partícula `pro' que significa `antes o `en lugar de'. Vulgarmente se suele entender por `profeta' al que `predice', pero en el sentido bíblico es, sobre todo, `el que habla en lugar de otro', aquí concretamente `en lugar de Dios'; es el que transmite al pueblo los mensajes de parte de Dios. En la Escritura encontramos también otros nombres; como `vidente', `hombre de Dios'.
A través de estas diversas expresiones podemos llegar a definir a los profetas bíblicos en estos términos: fueron antiguos israelitas, hombres y mujeres, que, conscientes de haber sido especialmente llamados, con sus gestos carismáticos y palabras -muchas puestas luego por escrito- intervinieron en la historia de su pueblo, interpretando, desde una perspectiva divina, momentos determinados de la historia, iluminando, a la luz de la Alianza, sus exigencias concretas, rectificando desviaciones y, en coyunturas difíciles, levantando los ánimos hacia futuros esperanzadores. Por su impulso interno, son `hombres de fe enorme' en Yahvé, y por su orientación `ministerial' son hombres de `apasionado celo' religioso.
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2. EL PORQUE DE LOS PROFETAS
En todas las culturas del entorno de Israel: Egipto, Mesopotamia, Siria, Canaán... se habían producido fenómenos similares de hombres inspirados: videntes, adivinos, agoreros..., que se decían en contacto con la divinidad para transmitir sus mensajes; la misma Biblia nos ofrece testimonio de su existencia: Balaam (Nm 22-24), los 450 profetas de Baal que comían de la mesa de Jezabel (1 R 18, 19).
Dentro de ese contexto, y superándolo, surge el movimiento profético en Israel, con unas características muy concretas y con una envergadura, sobre todo en algunas épocas, que constituye una de las realidades más significativas dentro de la historia de Israel. Esto tiene lugar, sobre todo, cuando establecido el pueblo hebreo en Palestina, y en contacto con los cultos cananeos, experimenta la constante tentación del politeísmo circundante.
Es entonces cuando Dios suscita a los profetas para que, como conciencia crítica, denuncien, con sus intervenciones, las desviaciones religiosas y la infidelidad a la Alianza.
El auténtico profeta en Israel es un vocacionado; no parte de él la iniciativa sino de Dios, que le compromete, aun a pesar suyo; su misión es difícil y poco popular; tendrá que enfrentarse con el pueblo y con las autoridades; muchas veces no le harán caso e incluso sufrirá la persecu-ción.
Este llamamiento de Dios se dirige a personas de toda condición social: del orden sacerdotal, como Jeremías y Ezequiel; de familia acomodada, como Isaías; un simple vaquerizo, como Amós...; es Dios quien les otorga la capacidad para su misión.
3. MARCO HISTORICO DEL PROFETISMO
En la Biblia encontramos un bloque de libros que llamamos proféticos; sin embargo, el fenómeno del profetismo supera al de los libros proféticos, ya que hubo muchos profetas que no escribieron nada y de cuyos oráculos nadie tomó nota. Esto nos lleva a hacer una división entre profetas no escritores y profetas escritores:
a. Profetas no escritores
Es impreciso el punto de partida, ya que, de alguna manera, podemos considerar profeta a Abraham, y así es llamado en el Génesis (20, 7); igualmente a Moisés, del que se dice al final del Deuteronomio: "No ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés, a quien Yahvé trataba cara a cara" (Dt 34, 10); y en tiempo de los Jueces, Débora recibe también el título de profetisa (Jc 4, 4).
Pero es con Samuel (s. XI a. C.) con quien se pone en movimiento el fenómeno del profetismo, que en esta su primera fase se extenderá hasta el s. VIII. De hecho la Biblia hebrea está dividida en tres grandes bloques de libros: la Ley, los Profetas y los Escritos; pues bien, el bloque de los Profetas se subdivide en dos apartados: profetas anteriores, y bajo este epígrafe se contienen los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes: y profetas posteriores, título que incluye todos los libros que nosotros denominamos simplemente como profetas. Tras Samuel, y ya en tiempos de David, recordamos a los profetas Natán (2 S 7, 2s; 12, I s; etc.), Gad (2 S 24, 11); posteriormente, a Ajías de Silo (I R 11, 29), a Semaías (I R 12, 22), etc., hasta llegar a las dos grandes figuras del profetismo: Elías y Eliseo (s. IX), cuya actuación recogen largamente los libros de los Reyes (I R 17 - 2 R 13).
b. Profetas escritores
A partir del s. VIII comienza la serie de los llamados profetas escritores o profetismo clásico o edad de oro de los profetas, por cuanto que nos han quedado consignados por escrito los mensajes que transmitieron. Este período se extiende desde el s. VIII al s. V; se inicia en el reino de Israel con las figuras de Amós y Oseas (a partir del 760) y en Judá con Isaías y Miqueas (a partir del 740), y finaliza con Malaquías (Joel?) quien ejerce su actividad hacia el 450.
En nuestras Biblias aparecen los profetas divididos en mayores y menores; división motivada exclusivamente por la mayor o menor extensión del escrito. En el primer grupo figuran Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel; y en el segundo los doce restantes profetas: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahún, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías. A continuación, y como un apéndice de Jeremías, figura también el pequeño libro de Baruc, su amigo y secretario.
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Aunque catalogados todos ellos como libros proféticos, no todos lo son en realidad. El libro de Daniel y parte de Joel y Zacarías tienen más bien un carácter apocalíptico. Jonás es, como ya sabemos, un relato de índole didáctica.
El orden en que figuran los libros proféticos en la Biblia no es cronológico; más bien habría que ordenarlos así:
S. VIII: en Israel, Amós y Oseas; en Judá, Isaías y Miqueas. S. VII-VI: Sofonías, Nahún, Habacuc y Jeremías.
S. VI (exilio babilónico): Ezequiel y Deutero-Isaías.
S. VI-V: Ageo, Zacarías, Trito-Isaías, Abdías, Malaquías, Joel.
El hecho de que designemos profetas escritores a los autores de estas profecías puede inducirnos a engaño. La diferencia entre profetas no escritores y profetas escritores no estriba tanto en que unos no escribieron y otros sí escribieron, sino en que de los segundos tenemos consignadas por escrito sus profecías, cosa que ocurrió a partir del s. VIII; lo que no quiere decir que fueran ellos mismos quienes las escribieron. El profeta no era propiamente un escritor sino un predicador; sin duda que pudo escribir él mismo o pudo dictar, sin embargo los libros proféticos, tal cual hoy los encontramos, fueron pasando por diversas manos de discípulos y recopiladores, quienes distribuyeron el material, no por orden cronológico, sino según unos criterios muy convencionales que hoy a nosotros se nos escapan y nos resultan con frecuencia desorientadores.
4. MENSAJE DE LOS PROFETAS
¿Cuál es de hecho el contenido de estos escritos proféticos? En los libros de los profetas es frecuente encontrar tres suertes de materiales: colecciones de palabras o de discursos del profeta, relatos autobiográficos que provienen de él mismo y relatos o datos biográficos que provienen de otros sobre él. Naturalmente, la parte principal es la primera, el material profético. Al dar la definición de profeta se dijo que "intervinieron... iluminando, rectificando, levantando los ánimos". El contenido, pues, del material profético responde a una de estas tres actitudes, y en el conjunto de cada profeta podemos encontrar la suma de esas tres facetas. Tendían a colocar los oráculos de amenaza al principio de cada libro, y los de salvación al final; en medio situaban los oráculos contra los gentiles. Al hacerlo así expresaban su confianza en la restauración de un Israel redimido mediante la derrota de los enemigos de Dios y de su pueblo.
Otros comentaristas colocan el contenido profético bajo estos tres epígrafes: denuncian - exhortan - prometen:
- Denuncian:
• La idolatría. Los cultos cananeos son, durante la monarquía, una tentación constante para las autoridades y el pueblo; por eso la denuncia es también constante, al mismo tiempo que reclaman la fidelidad a Yahvé.
• La injusticia. Los pecados sociales son igualmente objeto incesante de la denuncia profética: frente a los comerciantes sin conciencia, frente a los jueces corrompidos, frente a la explotación de los pobres, frente al lujo, la molicie, la disolución.
• El culto vacío.
- Exhortan a la conversión, ya que el Dios qué espera al pueblo arrepentido es un Dios misericordioso: "Lavaos, limpiaos, desistid de hacer el mal... Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán" (Is 1, 16-18). La conversión a la que invitan no es la subversión; la revolución que predican es una conversión interna, del corazón.
- Prometen. El castigo no es la última palabra; siempre queda brillando una esperanza, que se va realizando periódicamente a través de ese `resto' que se libra del peligro presente y entra en posesión de la salvación final.
Fuente: Profetas y profetismo. (página 59ss)
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